INTRODUCCIÓN CON UNA "EMPADANA"
INTRODUCCIÓN AL BLOG CON EL CASO DE LAS
“EMPADANAS”
Cuando
yo era niño, recuerdo, estaba bastante inclinado a leer ‒a través de la ventana
del bus‒ los anuncios y carteles colocados al frente de las distintas empresas
o tiendas; quizás, digo hoy, esa atención que yo dispensaba a dichos carteles
se debía a que en un futuro me interesaría bastante la escritura, sus formas,
su uso apropiado, su lectura…
A mi
mente viene un letrero de esos años infantes donde se leía en letras muy claras:
“EMPADANAS”. Tendría yo algunos diez o doce años, y recuerdo que lo que me vino
a la mente en ese momento (y que se repitió algún tiempo pues pasaba por el
frente de dicho negocio algunas cinco veces al mes) es que, en verdad, no
entendía el porqué de ese error en la escritura.
Creo
que a mi corto entendimiento llegó la idea de que debería existir un centro
superior, una entidad rectora, una policía… que leyera dicho cartel y hablara
con el dueño del local para corregir ese error que, para mí, era algo que debía
enmendarse rápido.
Quise hacer un cuadrito
más presentable o mejor trabajado sobre el cartel de las “empadanas” que vi en
mi infancia, pero, la verdad, no domino mucho el hacer formas o figuras. De
todas maneras, esta ampliada explicación debe leerse como:
Fuente, figura hecha por el autor (del escrito
y de la figura)
Aclaratoria:
uno de mis iniciales deseos en estas primeras líneas es que el lector de la
presente anécdota no crea que yo, a mis diez o doce años, tenía algún dominio
del idioma, no, no. No me destacaba en lenguaje, pero sí era bastante
detallista; además, las letras del letrero (¿suena redundante “letras del letrero”?, creo que mejor
hubiese colocado “letras del cartel” ¿verdad?) de las “empadanas”
eran grandotas, en mayúsculas, muy visibles, y estaban en la avenida principal
cercana al barrio donde crecí.
No
se trataba de que yo era un ocioso y no tenía cosas que debía hacer, sino que
cada vez que pasaba por allí (casi siempre lo hacía montado en un bus) venían a
mi mente las interrogantes silentes por dicha escritura.
Con
los años me casé, me fui de ese lugar y se me olvidó por años el asunto de las
“empadanas”. Sin embargo, de vez en cuando venía a mí memoria aquel cartel y,
por supuesto, mediante los vaivenes propios de la adultez entendí la realidad
de lo que para mí fueron preguntas infantiles al aire: a nadie le importaba que
fueran “empadanas o empanadas” con tal de que las pudieran comprar y que
sirvieran de desayuno (o de almuerzo)
También
con los años entendí, con otros ejemplos similares al de las “empadanas”, que
algunas cosas que uno entiende o comprende, en lugar de dar alegría pasan a
formar parte de ese morral sin nombre que muchos llevamos por años, y que
bastante tiempo después sabemos que es un tipo de decepción inexplicable.
Más
tarde, mejor… muchos años más tarde, yo había logrado los títulos
universitarios de Abogado y de Licenciado en Letras, quizás el de letras lo
logré por aquellos “morrales” que nunca pude explicarme.
Digo
“quizás” porque un día cuando estudiaba letras entré a la Biblioteca de la
facultad buscando un libro asistente que me explicara cuándo se podía colocar
en la escritura el guion (sin acento) de las oraciones incidentales o
marginales ‒porque nadie me lo enseñó‒,
y apareció de repente en un estante un
texto algo arrugado que decía en su lomo Buenas
y malas palabras
El
autor de dicho libro se llamaba Ángel
Rosenblat, polaco y venezolano, y de inmensa trayectoria en el campo de las
palabras; un pionero de primer orden en el ramo y hombre preocupado por la
unidad del lenguaje.
De
él [de su libro] aprendí que Venezuela era uno de los pocos países donde se
usaba la palabra “floristería” para referirnos al lugar donde venden flores, en
lugar de “florería” como es escrito y dicho en casi todos los demás países
hispanos.
Entonces
‒retomando el tema de mi niñez y lo del morral‒ cuando leía algunas excelentes
enseñanzas de Rosenblat volvía a experimentar aquella especie de “tristeza sin
nombre” que me causó cuando no pude responderme por qué el uso de aquella
grafía sobre “empadanas”. Y la volví a sentir porque casi en las primeras
líneas de Buenas y malas palabras
pude visualizar la figura de un Rosenblat quien, de seguro, se topó muchas
veces en su vida con miles de carteles, avisos, notas, noticias (o la carta de
alguna novia) donde se escribía en grande y tal vez subrayada otra “empadana”
tan igual a la de mis primeros años.
Reflexión:
hoy día (2020), para mis adentros, sé que las causas de las “empadanas” que he
leído pueden ser “bastanticas”, incluso dentro de textos educativos. Razón que
me lleva a ofrecer a quienes se animen a leer “cosas” del lenguaje, algunas
sugerencias de escritura o tips gramaticales que pueden ayudarlos a redactar de
manera algo más que la media dentro de nuestra hermosa lengua española.
De
una manera más sencilla: a punta de leer, de ver cómo se puede escribir algo
mejor, de aprender algunas vertientes de la escritura, de la lectura y de la
capacidad que se puede lograr con la constancia, me atreví a escribir dos
libros; también me atreví a trabajar en una editorial durante cinco años como
corrector y editor. Labores que fui aprendiendo y practicando en dicha
Editorial (El perro y la rana) en Caracas, lugar que, de verdad, fue la gran
escuela.
También
fue el lugar donde forjé los dos libros que he publicado: Las Hormiguillas (2009), y José Manuel, el polifacético personaje del
siglo XXI (2010), los que, aunados a mi experiencia tanto de trabajo como
de interés personal, me han llevado a realizar el presente blog, tipo escuela
virtual, donde intento ofrecer a mis semejantes lo que humildemente he
aprendido.
En
definitiva, en este blog detallaremos elementos o tips que, en verdad, pueden
ayudar en mucho a cualquier persona que desee adentrarse en el mundo de la
escritura pues, con los “tips” o enseñanzas virtuales que serán totalmente
gratis, contará con un mediano repertorio al momento de querer llevar sus
pensamientos e ideas al papel de manera aceptable.
Carlos A. Zambrano R.
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